Jose Luis Sesma Sánchez, DIARÍO DE NOTICIAS, 2003-10-19
PRIMAVERA de 2001, un instituto de Secundaria de modelo D en la zona mixta. Un grupo de bachillerato solicita a su profesora unos minutos para debatir y votar una huelga contra el Decreto Foral de Diciembre de 2000 que en su opinión (y en la mía) pretende restringir el uso del euskara en las Administraciones públicas de Navarra; los argumentos manejados por la asamblea de alumnos son, como es esperable, que el citado Decreto limita sus derechos a vivir en euskara. Ante el asombro de la profesora, los alumnos (escolarizados desde los tres años en modelo D y habituales en cualquier movilización a favor del euskara) desarrollan su asamblea ¡en castellano! Cuando la profesora les pregunta al respecto, ningún alumno se sonroja o insinúa algún atisbo de autocrítica; da la impresión de que ni siquiera son conscientes de la contradicción. Cuando se les pide que expliquen por qué no sólo en la asamblea sino en ningún momento de su jornada escolar hablan la lengua en la que dicen querer vivir, no se produce lo que en la jerga docente de hoy llamamos disonancia cognitiva, esto es, no sufren ningún cruce de cables ante su evidente incoherencia; se irritan ante la pregunta y sostienen que la responsabilidad no es suya, sino siempre es de algo externo: la Historia, el sistema, el Gobierno español, la globalización o el duque de Alba.
Y lo terrible de esta anécdota (y la tesis de este artículo) es que no es una anécdota, no es un hecho aislado sino la situación general. Hay dos excepciones pero la afirmación fuerte es que la inmensa mayoría de los escolarizados y ex escolarizados en euskara en Navarra (que no proceden de un entorno familiar euskaldun) ni hablan, ni al parecer tienen ninguna intención de hablar euskara fuera de la tarea escolar y el trato con el profesorado. Como decía, hay dos importantes excepciones: los euskaldunes de familia y una minoría de escolarizados y ex escolarizados que militante y coherentemente han integrado el euskara en su vida. El problema del grupo de transmisión familiar no es que sea más o menos pequeño, el problema es que no puede crecer más allá del crecimiento demográfico. El otro grupo, importante por su actividad pero muy minoritario, lo constituyen los escolarizados que han decidido integrar el euskara en su vida; a menudo están ligados a actividades en euskara; a veces estas actividades son profesionales (traductores, profesores) pero otras veces no lo son (campañas pro euskara, militancia política o sindical). Su postura es absolutamente coherente e impecable. Su número es, como decía, escaso.
PORQUE el problema es la zona mixta, esos ya miles (¡!) de escolarizados y ex escolarizados que acaban el bachillerato, que acuden puntualmente a la Korrika y al Oinez, que se indignan periódicamente con UPN y que están dispuestos a muchos esfuerzos por el euskara... excepto hablarlo (o leerlo); que quieren que todo el mundo hable euskara, excepto al parecer ellos mismos. Y voy a reformular aquí la tesis de este artículo pero de un modo que estoy seguro va a resultar mucho más polémico: el verdadero problema de la (no) utilización del euskara en Navarra es que la mayoría de los euskaldunizados han decidido no hablarlo. Y lo han decidido pero sin aceptar que lo hayan decidido; porque aceptar que no quieren hablar euskara sí que les produciría disonancia cognitiva, y también disonancia emocional y vértigo vital.
¿Quiero decir con todo esto que la actuación de la Administración navarra es irrelevante? No es así. Está claro para mí que UPN pone las trabas que puede al uso del euskara en el ámbito público; imagino que su sueño sería derogar una Ley del Vascuence a la que siempre se opuso y hacer desaparecer los modelos D que han sido el verdadero motor de la euskaldunización; en definitiva Miguel Sanz hace lo que puede, el hombre, para reducir el uso del euskara y por ejemplo promulga el Decreto de Diciembre de 2000. Pero digamos la verdad: aunque este Decreto restringe el uso del euskara en las Administraciones, no es ésta la causa por la que los euskaldunes de la Zona Mixta no hablan euskara.
Por supuesto que no hablan o leen euskara porque les es más cómodo hacerlo en castellano. Por supuesto que aquí está el quid del asunto. Por supuesto que los euskaldunizados se encuentran en una situación de diglosia que les viene dada por la historia; pero entonces deberían formularlo de otra manera: "dado que por razones históricas, culturales, de presión del medio, etcétera nos es más cómodo hablar en castellano, hemos decidido hablar en castellano incluso en los ámbitos en los que podemos hablar euskara" (hay además un evidente círculo vicioso en el que no hay que insistir: puesto que no lo hablan, lo hablan mal y todavía les resulta más incómodo hacerlo; entonces, no lo hablan...). Y ésta es la afirmación fuerte que nadie, ni ellos -los actores- ni los que sacan conclusiones y lecturas políticas o lingüísticas de la encuesta del Gobierno vasco sobre el uso del euskara entre 1991-2001 se atreven a hacer. La encuesta confirma (me remito a la versión de Berria, 26 de septiembre) lo que cualquiera que trabaje en la enseñanza en euskara sabe hace tiempo: incluso en la CAV y por supuesto en Navarra hay un aumento del uso público del euskara (enseñanza, Administraciones) y una reducción (porcentual) del uso privado; esta reducción en el uso cotidiano se debe al aumento porcentual de euskaldunberris. Es decir, lo que ya intuitivamente sabíamos: los euskaldunzaharras siguen hablando y la mayoría de los escolarizados en euskara procedentes de hogares castellanoparlantes han decidido (o deciden cada día) no hablar euskara. Pero como este hecho es difícil de digerir, o bien se niega (quiero hablar aunque no hablo¡!), o bien se buscan causas no principales (el insuficiente apoyo administrativo), o causas fantasiosas (el euskara escolar es excesivamente gramatical). No me lo invento, lo leí en Berria hace un par de meses (cualquiera que enseñe en modelos D de la zona mixta puede dar cuenta del excesivo gramaticalismo del euskara de los alumnos).
Y a nadie, repito, a nadie le he oído pronunciar mi tesis, a saber, que la mayoría de euskaldunizados en Navarra -hoy por hoy- no quieren hablar euskara; y me temo que no lo he oído porque no es políticamente correcto decirlo en ambientes euskaltzales. Para mí es muy comprensible que los euskaldunizados no quieran hablar euskara, puesto que hacer tuya de verdad una lengua que no es la primera en un ambiente castellanoparlante es un esfuerzo muy grande. Es comprensible y es respetable como opción personal; lo que no es comprensible y mucho menos respetable es mantener la ficción de que se quiere (y se exige) vivir en euskara cuando todos los días se decide no hacerlo. Si preguntaran a los euskaltzales las causas de la escasa utilización del euskara en Navarra en los últimos 20 años apuntarían al Gobierno, a los medios de comunicación o al genocidio lingüístico; jamás a la propia responsabilidad de los que han aprendido y no ejercen.