2010-10-20

Segmento

Juan Bas, El Correo, 20-10-2010

Dos hechos que quizá son opuestos o tal vez sean complementarios. Ambos sucedieron en el Casco Viejo de Bilbao, se parecen en su naturaleza negativa y dejan mal sabor. El primero. Oí por la noche, desde mi casa, unos gritos destemplados: «¡A ése! ¡A ése! ¡Cogedlo!». Me asomé al balcón. Un joven moro corría por la calle desierta como Zatopek -lo siento, no me sé ningún corredor más reciente; solo ése y Maratón-. Bastantes metros por detrás lo perseguía, con torpeza por la evidente ebriedad, otro chico que iba ¡disfrazado de Supermán! -sin duda era el protagonista de una de esas despedidas de soltero exclusivas para débiles mentales-. Surrealista. La capa roja al viento mientras gritaba que el Zatopek magrebí le había robado el móvil; se lo había quitado de la mano. Supermán cesó la inútil persecución y se lamentó sin resuello, llevándose las manos a la cabeza.

El segundo. Lo vi a unos veinte metros de distancia; fue por el día. Un grupo de personas había atrapado a otro joven moro que acababa de robar el bolso de una anciana. Un tipo fornido mantenía sujeto al ladrón mediante una zarpa en el cogote y un brazo doblado a la espalda. Tras una breve discusión a gritos, el grupo decidió soltarlo. El captor liberó a la presa y le dio un puñetazo en la boca. «¡Para que te vayas caliente!», añadió. El castigado por la justicia popular huyó corriendo, mucho menos airoso que su colega Zatopek, y pasó a mi lado. Lloraba y le sangraba el labio partido.

Estos hechos podrían ser los dos puntos de un segmento en cuya longitud me caben ideas y pensamientos contrapuestos y contradictorios: la repulsa que me produce ver golpear en frío a un muchacho, aunque sea un abusivo ladrón, por parte de un matón cargado de populistas razones vengadoras; el miedo, cada noche de sábado, a que mi hija adolescente sea asaltada en el Casco Viejo por uno de esos ladrones magrebíes -o de cualquier lado- que a menudo golpean a sus víctimas; la deportación para estos casos; que esta delincuencia no lleve a injustas conclusiones de rechazo general al inmigrante; que la pobreza aboca al robo, pero no lo justifica, o sí, mas no de cualquier modo; que si los míos y yo caemos en la pobreza robaré si es preciso, aunque a mí sí me alcanzará Supermán; que no me erigiré en verdugo que golpee a un ladrón para ejemplar castigo público, aunque también soy consciente de que sería capaz de matarlo si hubiera dañado a mi hija; y que ser de aquí o de allí no debe deparar tener más o menos derechos, aunque cuidado con las irreales demagogias.

Está de moda calificarnos de falsos a los que nos seguimos considerando izquierdistas. Suelen hacerlo los que lo fueron, falsos izquierdistas, y ahora son auténticamente de derechas. No sé si todas estas contradicciones que he citado son de un falso izquierdismo, pero sí sé a dónde lleva la mezquina xenofobia, a la más ultramontana derecha, la extrema.